lunes, 30 de marzo de 2009

(POR EL MUNDO)

Mascarón de Proa

Pablo Neruda y los mascarones de proa no han sido otra cosa que “Intrépidos hombres y hermosas damas que surcaron los mares a golpe de olas.”

"La memoria de los ojos del mascaron de proa es el recuerdo de la repetida historia del nacimiento del sol. Pero el mencionado mascarón no es sólo sostén de los ojos que presencian los nacimientos solares en el alba del mar. Es también máscara. Máscara ritual que reviste el rostro del sacerdote, de un poético invocador de lo sagrado. Para que el poeta cante la vulva del espacio que se abre, en el alba, en el mar”.
Con estas palabras comenzaba Pablo Neruda una de sus muchas cartas dirigida a la vida, a esa vida que tiene mucho que ver con el mar. A ese mar que tanto añoró el poeta chileno y que tantas alegrías y disgusto compartió en su casa de Isla Negra, allá en el Cono Sur americano.
La palabra "mascarón" se refiere también a una "gran máscara" y, seguramente, tiene algo que ver con los festejos de los carnavales de algunos países suramericanos. Son también los vigías que nunca se bajan del barco. Los otros tripulantes de la regata. Y en ellos se depositan las supersticiones necesarias para las buenas singladuras.

En los albores de los tiempos, las botaduras de los barcos se envolvían de un sagrado carácter ritual. El miedo a las fuerzas del mar y a los espíritus malignos condujo a los primeros navegantes a armarse no sólo de valor, sino también de símbolos y de representaciones que favorecieran la buena suerte y alearan el infortunio. Cada embarcación que se construía debía contar con el beneplácito de los dioses antes de emprender rumbo a través de las aguas. Parece ser que, para ello, en esas épocas ancestrales se realizaban sacrificios y la cabeza muerta del animal ofrecido presidía el barco durante su primera travesía. Y esta costumbre primitiva dio lugar a otras nuevas.

Los marineros del Egipto faraónico pintaban grandes ojos en la proa de sus embarcaciones, lo mismo que ocurre en la actualidad en la isla de Malta; los comerciantes fenicios que surcaban el Mediterráneo tallaban en los extremos de sus naves figuras feroces como leones o jabalís; los pueblos nórdicos guerreros representaban imágenes de terroríficos seres legendarios, como dragones y monstruos, para intimidar así a sus enemigos. Y los posteriores mascarones de proa son tan sólo la lógica evolución de estas primeras ideas supersticiosas.
El mascaron de proa, con mayúsculas, se encuentra, o habría casi que decir, se encontraba, como su propio nombre indica, en la proa de los grandes buques. Eran, y son todavía, la insignia de algunos de esos hermosos veleros de tiempos pasados los que tenían el privilegio de transportar esas simpáticas figuras en sus proas como símbolos de prestigio. Aún hoy día es posible ver algún que otro navío navegando por los mares y océanos de nuestro planeta Tierra, la mayoría todavía se conservan en bastante buen estado. Las hermosas imágenes, sobre todo, de mujeres con los pechos al aire, o de hombres y animales que acostumbran a bañarse en las saladas aguas del océano es cada vez más difícil de contemplar. Ello se debe, principalmente, a que estos testigos silenciosos del pasado encierran un misterio que nos hace soñar en otros tiempos mas duros e insondables. Una época en la que los navegantes se echaban a la mar en busca de aventuras, de algún que otro destino nuevo por descubrir. En un viaje, muchas veces, sin retorno.

En el mundo de los mascarones de proa destaca la colección que el poeta Neruda acumuló durante gran parte de su vida en su casa de Isla Negra, en la costa chilena. Hoy día, en ese museo viviente, habría que destacar una pieza en particular: el mascaron de proa que fue del barco “Jenny Lind”, tal vez por ser el más famoso de la mencionada colección, o porque le recordaba a su amada Jenny.
Y, una vez contemplada estas bellezas, solo queda preguntarse: ¿De dónde procederán las piezas que Pablo Neruda guardó con tanto cariño? ¿Vendrán todas de la proa de un barco? ¿O quizás tan solo del taller de un hábil artesano?
“Traje figuras de mujeres, aunque también de muchos hombres, recuperadas de embarcaciones auténticas para que habitaran en esta mi casa. Amadas estatuas de madera. Mascarones de viejos barcos que en mi hogar encontraron asilo y descanso después de largos viajes”, escribió una vez el Premio Nobel de Literatura.

Pero, aunque Neruda compró esta casa en 1939. En la Isla Negra también hay una buena colección de cuadros de pintores como Siqueiros, Ribera..., y de muchos otros artistas, amigos de su época mexicana, además de preciosos libros salvados tras un robo, y repuestos más tarde, poco a poco.
Como anécdota curiosa habría que decir que el primer mascaron de proa que llevó el buque escuela de la Armada Española, El “Juan Sebastián de Elcano”, representa una dama con el escudo de España a sus pies, el cual se encuentra restaurado en sus colores primitivos en el Museo Naval de San Fernando, en Cádiz. Este mascarón que se encuentra debajo del bauprés representa a la diosa Minerva, nombre también del barco escuela al que el “Juan Sebastián de Elcano” sustituyó.

También es de gran interés el mascarón que perteneció al buque de la Armada sueca “Vasa”, hundido en 1628 en aguas de la bahía de Estocolmo en su primer día de navegación. Se trata de una figura que representa a un león rugiendo con una corona en la cabeza y que mide más de tres metros con el cuerpo erguido dispuesto a saltar. Fue mandado construir por el rey Gustavo II Adolfo de Suecia, conocido en aquella época como “el león nórdico”, y representaba la fuerza de ese país en lucha contra los católicos y el emperador alemán.

Charles Bukowsky dijo a propósito del mascaron de proa:
“No soy una persona completa,
soy la caricatura urbana de un hombre o de una mujer.
Más o menos una fallida escultura de mierda,
sin nada absolutamente que ofrecer”

Rafael Calvete ©

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