miércoles, 15 de abril de 2009

(Relatos de un Aventurero del siglo XX y XXI)

PASEO POR EL GRAN
CAÑÓN DEL COLORADO

El sol de media tarde brilla­ba por la escarpada ladera de un arroyo. Las gotas de sudor co­rrían por mi frente hasta caer en el suelo seco y polvoriento por el que caminaba sin parar. No pue­do seguir, pensé mientras me sen­taba y llevada la cantimplora llena de agua has­ta mis labios. Ya no podía más. Había estado durante casi cuatro días recorriendo el macizo montañoso del pequeño Cañón del Colo­rado.
El objeto de aquel viaje era, como de costumbre, conocer los lugares más inhóspito de este punto de la Tie­rra y ponerme a prueba en situa­ciones límites. El terreno en la otra orilla del río se veía más amenazador que nunca, como si deseara que penetrara más en sus misterios. En efecto, la ladera sur del río Colorado, antes de precipitarse ante el majestuoso Gran Cañón, es una tierra velada por el miste­rio; forma un abrupto terreno de estrechas gargantas y rebotes dentados como cuchillos. Mi guía, un indio modernizado de la tribu hopi, trepaba con seguridad por las paredes verticales que me había propuesto escalar. Sin embar­go, las fuerzas, en aquel momen­to, me aconsejaban relax y medi­tación.

Imagen del típico Oeste americano

No hace mucho que se ha inaugurado el famoso mirador suspendido del Gran Cañón. Buzz Aldrin, el segundo hombre que pisó la Luna, fue el primer visitante de este Skywalk, el polémico mirador sobre el río Colorado. Se trata de una plataforma de acero y cristal que permite contemplar el fondo del precipicio desde 1.500 metros de altura por unos 20 €uros.

Rincón donde está situado el mirador del Gran Cañón del Colorado

Cuando el guía indio advirtió que me había detenido para des­cansar, gritó para comunicarme que continuara, ya que no muy lejos de aquel lugar había una pequeña cueva donde podíamos pasar la noche y resguardarnos del frío. Al alcanzar a Sibo, que es como se llamaba el guía, lo hallé muy excitado. «Descubrí este lugar al reunir ganado, no hace mucho tiempo», me dijo con voz temblorosa. «Allí maté a dos serpientes de casca­bel», agregó, señalando la ribera opuesta del río. Pero mi atención se distrajo de pronto con la increí­ble panorámica que se contem­plaba desde aquel sitio.

Desierto Pintado (Petrifield Forest) en Arizona

No muy lejos de la cueva se encontraban las ruinas de las ca­sas de adobe que los antepasados de Sibo habían tenido que aban­donar cien años atrás, al acordar el Gobierno norteamericano que las tribus indias de América del Norte te­nían que malvivir en grandes e incómodas reservas. No se trata­ba de toscos refugios, sino de un conjunto de viviendas muy bien conservadas, con no menos de treinta cuartos individuales salpi­cados de pequeños graneros don­de antaño este pueblo guardaba sus productos.

Vista del Gran Cañón desde el nuevo mirador

A la mañana siguiente salimos bastante pronto para aprovechar bien el día y recorrer el camino que habíamos establecido cuando proyecté esta aventura. Estaba listo para un largo viaje; mis planes eran caminar hacia el sur através del desierto de Arizona y, una vez abandonado el río Colorado, llegar hasta el Parque Nacional de los Árboles Petrificados (Petrifield Forest). Todo un espectaculo que mereció la pena.

Viejo árbol petrificado (¿Secuoya?) en el desierto de Arizona

Y, por fin, logré divisar lo que hacía tiempo estaba buscando. Miles de árboles (tal vez sequoyas) caídos y repartidos por el suelo, que la naturaleza con el paso del tiempo los habían petrificado formando un conjun­to de masas esculturales que se encontraban esparcidas por las arenas del gran Desierto Pintado de Arizona.

Rafael Calvete ©

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