El sol de media tarde brillaba por la escarpada ladera de un arroyo. Las gotas de sudor corrían por mi frente hasta caer en el suelo seco y polvoriento por el que caminaba sin parar. No puedo seguir, pensé mientras me sentaba y llevada la cantimplora llena de agua hasta mis labios. Ya no podía más. Había estado durante casi cuatro días recorriendo el macizo montañoso del pequeño Cañón del Colorado.
El objeto de aquel viaje era, como de costumbre, conocer los lugares más inhóspito de este punto de la Tierra y ponerme a prueba en situaciones límites. El terreno en la otra orilla del río se veía más amenazador que nunca, como si deseara que penetrara más en sus misterios. En efecto, la ladera sur del río Colorado, antes de precipitarse ante el majestuoso Gran Cañón, es una tierra velada por el misterio; forma un abrupto terreno de estrechas gargantas y rebotes dentados como cuchillos. Mi guía, un indio modernizado de la tribu hopi, trepaba con seguridad por las paredes verticales que me había propuesto escalar. Sin embargo, las fuerzas, en aquel momento, me aconsejaban relax y meditación.
Imagen del típico Oeste americano
No hace mucho que se ha inaugurado el famoso mirador suspendido del Gran Cañón. Buzz Aldrin, el segundo hombre que pisó la Luna, fue el primer visitante de este Skywalk, el polémico mirador sobre el río Colorado. Se trata de una plataforma de acero y cristal que permite contemplar el fondo del precipicio desde 1.500 metros de altura por unos 20 €uros.
Rincón donde está situado el mirador del Gran Cañón del Colorado
Cuando el guía indio advirtió que me había detenido para descansar, gritó para comunicarme que continuara, ya que no muy lejos de aquel lugar había una pequeña cueva donde podíamos pasar la noche y resguardarnos del frío. Al alcanzar a Sibo, que es como se llamaba el guía, lo hallé muy excitado. «Descubrí este lugar al reunir ganado, no hace mucho tiempo», me dijo con voz temblorosa. «Allí maté a dos serpientes de cascabel», agregó, señalando la ribera opuesta del río. Pero mi atención se distrajo de pronto con la increíble panorámica que se contemplaba desde aquel sitio.

Desierto Pintado (Petrifield Forest) en Arizona
No muy lejos de la cueva se encontraban las ruinas de las casas de adobe que los antepasados de Sibo habían tenido que abandonar cien años atrás, al acordar el Gobierno norteamericano que las tribus indias de América del Norte tenían que malvivir en grandes e incómodas reservas. No se trataba de toscos refugios, sino de un conjunto de viviendas muy bien conservadas, con no menos de treinta cuartos individuales salpicados de pequeños graneros donde antaño este pueblo guardaba sus productos.

Viejo árbol petrificado (¿Secuoya?) en el desierto de Arizona
Y, por fin, logré divisar lo que hacía tiempo estaba buscando. Miles de árboles (tal vez sequoyas) caídos y repartidos por el suelo, que la naturaleza con el paso del tiempo los habían petrificado formando un conjunto de masas esculturales que se encontraban esparcidas por las arenas del gran Desierto Pintado de Arizona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario