domingo, 26 de abril de 2009

(Relatos de un Aventurero del siglo XX y XXI)

En las Estepas Afganas

Hace algún tiempo, cuando me encontraba de viaje por las estepas de Afganistán en busca de uno de los reportajes fotográficos más exci­tantes de mi vida, estaba recostado sobre un montón de ramas espinosas, cuando de re­pente comenzaron a agitarse. Al girarme para investigar aquel ruido, me encuentro cara a cara con la cabeza de un enorme camello. Naturalmente, sé que este cómico animal sólo estaba intentando se­leccionar, entre la maleza su exquisita comida para degustarla en aquel preciso momento, sin embargo, me so­bresaltó el repentino encontronazo contra esa boca hú­meda del impresionante cuadrúpedo, capaz de morder con gran eficacia todo lo que se acercase a su boca.
En aquel instante me sentí molesto conmigo mismo por el susto que me llevé tan tontamente, ya que en el transcurso de los años que llevo viajando por muchas zonas re­motas de Asia Central, topándome con infinidad de camellos, y otros animales parecidos, nunca me había ocurrido nada igual.
Como ya dije, me encontraba fotografiando a un gru­po de turcomanos de Afganistán. No estoy solo; me acompañaba un guía colaborador, que a la vez hacía de traductor con las gentes tan formidables con las que me iba encontrando. Durante la primera semana de aquella visita con los descendientes de Atila había estado en aldeas y poblados, tanto a lo largo del río Amu Darja, como por el interior de Knolm, la antigua Tashkurghan, en Andkhvoy, para intentar lograr mi propósito. Y, claro, caminando y caminando por esos inhóspitos terrenos desérticos de pronto me tropiezo con un esqueleto humano en medio de un camino, totalmente calcinado, como si le hubiera alcanzado un misil o un obús, o que se yo, o vete tú a saber qué otra cosa habrá podido hacer esa barbarie.

Hasta hace poco más de un siglo, los turco­manos eran ladrones, lo que constituía un au­téntico azote para la mayoría de las caravanas que se mueven por esta parte de Asia. Las duras depuraciones de Stalin, en los años 30, obligaron a muchos de ellos a huir a Afganistán. Pero a lo largo de los últimos años del siglo XX, y los pocos que llevamos del XXI, la mayoría del pueblo turcomano se ha convertido en una comunidad pacífica, dedicándose a la práctica de la agricultura y la cría del ganado.
Ya de regreso a la civilización occidental, pues ha­bía estado algo más de tres semanas moviéndome por esas bellas estepas, me topé con una auténtica boda local, cerca de Shur Tappeh, Los hombres de la aldea, guiados por el padre del novio, están forman­do la caravana que conducirá la novia al marido. Más tarde, esta caravana se puso en marcha entre el caden­cioso sonido de los tambores y el alegre tintineo de las campanillas de plata que las mujeres más jóvenes llevan co­sidas a sus vestidos. Toda una ceremonia digna de ser contemplada en algún momento que visitemos este hermoso lugar del planeta Tierra.

Rafael Calvete ©

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