martes, 22 de septiembre de 2009

(Relatos de un Aventurero del siglo XX y XXI)

VIAJE AL CORAZÓN DE SABAH

Descansando en el Hotel de París, en la bella ciudad de Montecarlo, recordaba un viaje que había realizado semanas atrás si­guiendo las huellas de un grupo de expedicionarios de mediados del siglo XX a la isla de Borneo, en Malasia.
Había aterrizado en un pe­queño aeropuerto, el de Kina­batu, al norte de esa gran isla, y tras subir al coche que me esperaba, conducido por un guía malayo de nombre Akala, empecé lo que sería una de las aventuras más emocionante que había tenido en los últimos años. Después de dejar el coche en una especie de granja a la entrada de la jungla, comenzamos a recorrer kilóme­tros y kilómetros a través de la espesa vegetación en busca de una de las pocas tribus de cortadores de cabezas que todavía quedaban en esta parte del archi­piélago malayo.

Poco a poco nos acercabamos a nuestra meta principal, hasta que cruzamos hacia las tierras que pertenecen a Indonesia, atravesando las fal­das de uno de los volcanes en actividad de esa gran isla verde. La dirección que habíamos tomado era suroeste, para una vez que habíamos hecho escala en Tamuan --la frontera entre Malasia e Indonesia-- poder adentrarnos en la espesa selva de Borneo. Recordemos que más de la mitad de este territorio pertenece a Indone­sia, mientras que una parte es de Malasia, y otra muy pequeña pertenece al sultanato de Brunei --el “país” joven de la tie­rra y también el más rico--. La isla de Borneo fue descu­bierta por la expedición españo­la Magallanes-El Cano, en el año 1.521 durante su primera vuelta al mundo.

Cuando llevábamos cerca de 50 kilómetros recorridos por el interior de la selva empe­zamos a sentir que algo o alguien nos observaba continua­mente. Le pregunté al guía si estábamos en territorio dayak, pero Akala me hizo un gesto negativo con la cabeza y me señaló con el dedo un lugar oscuro en el interior de la selva. Como íbamos caminando en ese momento, nos acercamos hacia el lugar señalado y pudi­mos contemplar a una familia de orangutanes trepando por los árboles y jugando los unos con los otros. He aquí los vigilantes que nos preocupaban.

Continuamos el rumbo estable­cido, pues mi meta era conocer a la tribu dayak, ya que tenía cierta infor­mación de que un pequeño grupo de ellos habían vuelto a sus viejos territorios para realizar las pruebas de valor, es decir, cortar la cabeza de sus enemigos para demostrar su hombría. Desde la Segunda Guerra Mundial, cuando los japoneses ocuparon Borneo, no habían uti­lizado estos rituales, o al menos no lo habían hecho con dema­siada frecuencia. Sin embargo, hacía unos meses que un colega fotó­grafo alemán me comentó, y demostró con fotos, que habían vuelto a las andadas.

Ya era de noche y nos encontrá­bamos cansados después de recorrer tantos kilómetros a través de la espe­sa selva, cuando decidi­mos acampar. La mañana si­guiente fue más pro­ductiva ya que cuando abrí los ojos me encon­tré frente a mí a dos guerreros dayak mirándome como si de un extraterrestre se tratara. El guía estaba tranquilo pues conocía muy bien a esa tribu, y como más tarde me contó, había estado negociando con ellos mientras yo había estaba dor­mido. Fuimos a su po­blado para conocer al jefe de la tribu, quien nos recibió con bastante educa­ción. Me contó que eran habladurías y que hacía muchos años que no habían cortado ninguna cabeza a sus enemigos, lo más que les habían hecho había sido castrar­los o matarlos con sus afiladas hachas, a las que ellos llaman "biliong". Yo le dije al jefe da­yak que había visto unas foto­grafías de cabezas cortadas hechas por un fotógrafo, algu­nos meses atrás, a lo que él me contestó que podrían haber sido de otra tribu que vivía más al interior ya que habían estado en lucha con unos vecinos que les querían arrebatar sus tierras desde hacía muchos años.
Pasé unos días muy interesantes con este pequeño pueblo que está en vías de desaparecer, para luego proseguir hacia el sur en busca de esa otra tribu en donde supuestamente podría encontrar a los cortadores de cabezas. Aunque ese episodio lo relataré en otro capítulo.

Rafael Calvete ©

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