Ya estoy aquí para mostrarte una serie de anécdotas y recuerdos de algunas de mis aventuras a lo largo de mi vida y lo que queda de ella. Será una sección que llamaré "Relatos de un Aventurero del siglo XX y XXI", por aquello de que todos llevamos en nuestro interior un poco de esas ansias de vivir la aventuras, aunque solo sea una vez en la vida. Procuraré escribir un par de ellas a la semana y las ilustraré con fotografías, si fuera posible, ya que de esta manera sérá más fácil hacernos una idea de como y donde se realizaron los viajes. Muchos de estos pequeños artículos se han publicado en diferentes medios a lo largo de estos últimos años, en secciones que tenían que ver, o no, con el mundo del viaje y las aventuras. Estoy seguro que merecerá la pena volver a vivir esas experiencias ocurridas en diferentes rincones del planeta. Espero que os gusten y, si no fuera así, podeis escribirme y comentar lo que os apetezca.
Gracias y hasta pronto.
Aquí va el primero de la serie
“Con los punan de Indonesia”
En el corazón de la alta jungla del Sarawat, en Borneo, una de las principales islas del archipiélago indonesio, la selva es de una rara belleza. Aquí, junto al nacimiento del gran río Baram y de su afluente Tutolr, existe una de las faunas más ricas y extraordinarias del mundo, con árboles gigantescos cuyas ramas se entrelazan a gran altura del suelo y sus enormes troncos están cubiertos por plantas parásitas embellecidas aquí y allá con flores de brillantes colores.
Estos son los lugares favoritos de los buitres, así como del águila noble y de los faisanes. Es también el territorio del leopardo, ágil y silencioso, del estilizado gamo, del curioso cervatillo, del poderoso jabalí... Pero, ante todo, es el reino de los punan que lo 'recorren, listos siempre para desaparecer en la nada a la más mínima señal de alarma. Nadie conoce su origen por más que nos remontemos a su pasado. Fueron y siguen siendo nómadas que se desplazan en pequeños grupos de dos o tres familias, vagando en busca de alimentos. Tiempo atrás tuve la ocasión de encontrarme con algunos de ellos, tanto durante las expediciones que hacía por la jungla, como cuando estaba descansando en el poblado de la tribu sedentaria de los kelabit, ya que venían hasta estas tierras para intercambiar arroz, sal, sarong y otros productos. Pensaba entonces que vivían de forma muy primitiva, sin estructuras de vida social. Los punan no cantan, me decían los kelabit. Ni siquiera son capaces de bailar. A pesar de todo deseaba visitarlos para así poder conocerlos mejor y, al mismo tiempo, llegar a fotografiarlos.

Un día decidí visitar a Guirut, un punan que me había servido en otras ocasiones de portador y guía para poder internarme en esas selvas de la gran isla de Borneo y que siempre se había mostrado locuaz y amistoso conmigo. Su cabaña se encontraba a un día de distancia desde Long Lellang. Se llegaba por un camino más o menos visible a través de una cadena de cimas montañosas. Una vez que me encontré con Guirut, le pregunté si era verdad que no cantaban ni bailaban, a lo que me respondió: "los punan cantamos y bailamos, los demás lo ignoran porque no viven con nosotros". Tras algún tiempo, se me presentó la ocasión de compartir su vida durante una semana de forma total, es decir conviviendo con ellos como si fuera uno más de la tribu. Fue, al mismo tiempo, la más extraordinaria y una de las más penosas de mis experiencias viajeras.
La piragua era incómoda para mi débil espalda, tras cuatro días de remontar fatigosamente aquel salvaje torrente. La sequedad persistente, disminuyendo su caudal, ha hecho prácticamente insalvables los numerosos rápidos que fue preciso atravesar a pie.

Sólo por la noche, después del comienzo de la lluvia, llegué a mi destino. Una vez en el campamento de los punan, pude ver cuatro o cinco cabañas míseras escondidas entre el bosque, apoyadas en altos palafitos ya que estas gentes no poseen la más mínima noción del tiempo y otras cosas de la vida moderna.
En menos de un minuto me encuentro con una treintena de ellos que me observan a distancia sin una palabra o un gesto. Todos tienen una espesa cabellera negra muy larga, y los hombres llevan un flequillo sobre la frente; las facciones son regulares. Los niños son todos muy guapos, con sus caritas redondas, los grandes ojos de cervatillo, las cejas que parecen dibujadas y la nariz chata. Casi todos presentan una enorme barriga y están increíblemente sucios.
La noche ha caído de golpe y la única fuente de luz en el poblado es una fogata, en torno a la cual, rápidamente, se reúnen los punan, iniciando una monótona y prolongada conversación; algunas mujeres se acercan, titubeantes y curiosas. Las pocas palabras que he aprendido en esos días rompen el hielo y termino la tarde rodeado de profesores voluntarios que intentan perfeccionar mi vocabulario para que pronuncie con acierto.
Recuerdo que había pasado una noche penosa; todos amontonados unos sobre otros y unos diez perros por medio. Menos mal que yo llevaba mi hamaca portátil y pude aislarme del grupo al rato de aquella “orgía” humana, colgándola entre unos árboles que estaban un poco alejados del centro de la aldea. Dos veces durante la noche se desencadenaron tremendos coros infernales, aunque más sonoros porque me rodearon totalmente sin poder descansar ni un sólo instante.

Por la mañana, muy temprano, cuando reinaba el silencio, los hombres punan se habían evaporado con sus cerbatanas y sus flechas envenenadas. Más tarde, también las mujeres se alejaron de la aldea para recoger leña con que encender un nuevo fuego. Yo, una vez que me había puesto en pie, ni corto ni perezoso, me interné en la selva, de la mano de un chiquillo, para que me llevará con los mayores que se suponía estaban cazando en los alrededores del poblado, aunque no logré contactar con ellos y regresé a la aldea. Cuando los punan regresaron de la cacería, festejamos aquel día con los trofeos que habían logrado. Pasaron varios días y en seguida supe que se me había terminado el tiempo con esa gente tan especial, así que empaqué las cuatro cosas que llevaba conmigo y empecé a despedirme de ellos hasta la próxima.
La jungla amortigua rápidamente las últimas palabras que me dijeron mis nuevos amigos: "¡Cuídate! ¡Vuelve pronto a visitarnos! ¡Cuídate!
Rafael Calvete ©
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