martes, 10 de marzo de 2009

(Relatos de un aventurero del siglo XX y XXI)

Viaje a 20.000 metros de altura

Cuando se viaja a una velocidad que es casi dos veces superior a la del sonido, no es la única sensación que uno puede experimentar en el lujosísimo avión supersónico Concorde, sino que es algo más, es toda una aventura no apta para cardíacos.
Y, ya que hasta la fecha un ser­vidor no sufre del corazón, diré que he podido practicar esta modalidad de viaje a bordo de un "pája­ro" de pico largui-curvo de las dos compañías aéreas que en su día poseyeron dichos hermosos pájaros de hierro: British Airways y Air France.
Una tranquila mañana, des­pués de haber pasado el correspondiente control buro­crático de todos los aeropuer­tos, aunque en esta ocasión fueron bastante más amables por aquello de ser un pasajero VIP, pasé a una sala especial para pasajeros del Concord donde desayuné a base de champán y caviar del bueno. Cincuenta minutos después subí al interior del avión que nos transportaría a Nueva York. Al sentarme, comenzó lo que sería durante algo más de tres horas la aven­tura más corta de mi vida, aun­que no por ello la menos inte­resante.


El servicio, así como el trato personal de la tripulación de cabina estuvieron a un nivel que satisface al crítico más exigente -seguro lo había alguno en ese avión- entre los que humil­demente me encontraba yo. Una vez acomodado, la azafata me entregó una información en la que ponía algunos datos acerca del Concorde, en donde aparecía información como “este majestuoso aparato no vuela sobre zonas con gran densidad de población, o que su nivel de despegue ha sido mantenido rela­tivamente bajo para cumplir voluntariamente con las nor­mas de sonido...También expli­caba que a los 12 minutos del despegue ya se vuela a la velo­cidad del sonido. Que en la pista se siente la potencia for­midable de los cuatro motores Rolls Royce. Que el ruido que provocan estos aviones no es mayor que el de un DC-8 o el de un Boeing 747”, etc. La verdad es que después de haber leído todo esto, no había motivo para estar tenso, así que me relajé y disfruté del vuelo.


Este tipo de avión despega con un vuelo nivelado para ascender en ángulo de 45º, momento en el que los pasajeros perciben una carga de 2G. Se apagan los motores y el avión se desliza por la parte superior del arco, comenzando la sensación de ingravidez para posteriormente reducir lentamente la caída y volver a repetir la maniobra. Los pasajeros experimentan unos 30 segundos de microgravedad por cada parábola.
Dado que no ponen películas en esta clase de vuelos, por el corto espacio de tiempo de su duración, se comienza con un cóctel y algunos aperitivos, para seguidamente servir el almuerzo gourmet a base de caviar, salmón, Mi- cuit (foie-gras), ca­marones marinados en vodka, pato flam­beado y filete de trucha con alcaparras, en­tre otras delicatesses. Durante la comida, el coman­dante del avión hizo algunos co­mentarios como que ya habíamos al­canzado una altura de 19.000 metros, nada más y nada menos que casi 20 kilómetros de alti­tud desde la Tierra. Estábamos volando en la estratosfera. También nos recomendó "mirar por la ventanilla" para poder contem­plar el color azul violáceo intenso del cielo, una tonalidad muy diferente a la que estamos acostumbrados a contemplar cuando se vuela en otro tipo de avión.


El tiempo transcurría tan rápi­damente que cuando estaba finalizando el postre, ya se comunicaba que aterrizábamos en 30 minutos en el aeropuerto J. F. Kennedy de la ciudad de Nueva York. Toda una expe­riencia digna de ser vivida, al menos una vez en la vida.
Como curiosidad quiero señalar que siguiendo rigurosas normas de seguridad, el vuelo de gravedad cero ha sido utilizado por la Nasa para preparar a sus astronautas desde hace más de 40 años y, gracias a él, el actor Tom Hanks pudo flotar durante el rodaje de la famosa película ‘Apolo 13’. Cada programa incluye intervalos de gravedad lunar y marciana, de manera que los viajeros podrían sentir lo mismo que sintió Neil Armstrong y Buzz Aldrin durante su misión pionera a la luna y vislumbrar el futuro como cuando experimentaron la sensación de poder caminar por Marte, antes incluso de que ningún ser humano haya pisado el Planeta Rojo.


Aunque hoy día ya no existe el avión Concorde, si diré que quien desee tener una experiencia como la que tuve yo años atrás con este tipo de aviones, cabe la posibilidad de hacerlo en un vuelo de gravedad cero que incluye una clase previa sobre la ingravidez impartida por un veterano astronauta de la Nasa y, al finalizar, se organiza una fiesta de vuelta a la gravedad con entrega de galardones. La agencia Destinia.com ofrece la posibilidad de complementar esta experiencia con un paquete diseñado de forma personalizado para los viajeros, que incluye el traslado, alojamiento, visitas guiadas a los principales puntos de interés turístico y traductores en cualquiera de las ciudades de Estados Unidos desde donde despegan esto vuelos. Una opción de altura para convertir el 2009 en un año inolvidable.


Claro que para los más arriesgados, la misma compañía también ofrece el vuelo espacial orbital que consiste en pasar una semana en la Estación Espacial Internacional e incluye varios meses de intenso entrenamiento en el legendario Gagarin Cosmonaut Training Center. Un programa algo costoso ya que se viaja a bordo de la lanzadera Soyuz-FG una velocidad de 29.000 kilómetros por hora, durante 8 días de alojamiento en los que se circunvalará la Tierra cada 90 minutos. Este vuelo espacial suborbital también permite observar la espectacular visión de la curvatura de la Tierra desde 100 kilómetros de altura a la vez que experimentan hasta cinco minutos de ingravidez continuada. Casi nada.

Rafael Calvete ©

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