domingo, 19 de abril de 2009

(Relatos de un Aventurero del siglo XX y XXI)

UNA LOCURA EN CANADA

Eran las cuatro de la tarde cuando, tras algo más de diez horas de vuelo, aterrizamos en el aeropuerto de Toron­to. En esta ocasión viajaba con un amigo periodista de RNE, Eduardo Moyano, que en ese momento era el director de REE, y aunque sea feo decirlo está to­davía más «loco» que yo. Y digo esto, porque a Eduar­do le daba pánico volar, lo cual sumado a la paliza que fue meterse en un tren durante tres días y tres no­ches para recorrer los 4.467 kilómetros que sepa­ran Toronto de Vancouver, en la costa oeste, es decir, en el océano Pacífico, sumado a las doce horas del vuelo de regreso, hace de ello una locura típica de muy pocos aventureros.

El tren Transcanadiense de noche por Canada

Pues bien, una vez acla­rada esta broma, diré que el viaje fue una experiencia inolvidable, y muy interesante, tal vez un poco cansada, seguramente por haberla realizado en una época del año no muy recomendable --en el mes de Diciembre se en­cuentra nevado la gran ma­yoría de Canadá--, aunque mereció la pena y ahora la recuerdo con cariño. Posible­mente la Primavera o el Ve­rano, e incluso durante la primera época de Otoño, las condiciones climáticas son bastante más aconse­jables que en la estación blanca, en la cual viajamos nosotros, ya que en estos meses los días son muy largos y la luz es idónea para poder contemplar el paisaje e incluyo fotografiarlo con todos sus colores.

Interior del Transcanadiense en el vagón panorámico

Las horas iban pasando lentamente, y la pregunta seguía siendo la misma; ¿qué hacían dos «españolitos de a pie» como nosotros en un lugar como éste? Pero estaba bien claro, ya que lo había­mos planeado así desde un principio. Si lográbamos cruzar Canadá de costa a costa en el invierno, lo demás sería muy fácil. Poder contemplar los cien­tos de lagos que aparecieron a lo largo del recorrido, cu­biertos en su mayoría de hielo y nieve, o admirar esas grandes extensiones de bosques que abundan por todo el país, es una experiencia que, al menos yo, nunca olvidaré.

El tren entrando en las Montañas Rocosas

Sin embargo, lo ideal hubie­ra sido hacer­ el viaje en otra época del año, cuando el sol ilumina duran­te gran parte del día, esos colores que la naturaleza Ca­nadiense ofre­ce a cuantos la desean con­templar. Pero ya que este maravi­lloso país se­guirá ahí por muchos años, lo único que tengo que hacer es volver en otra época más florida.


Cabeza en madera de un toten indio

Por ahora me con­formo con haber podido admirar lo anteriormente citado, o lo que más tarde pude fotografiar, llegando a Vancouver. Me estoy refirien­do a las majestuosas Montañas Rocosas, las cuales se encontraban cu­biertas de nieve en su tota­lidad. Atravesarlas en el Transcanadiense y pensar por un momento que las famosas Rocosas aparecí­an ante mí, como si de una película del oeste o un anuncio de cigarrillos se tratara. Fue una de las me­jores experiencias que he vivido hasta la fecha, aunque espero pronto volver y admirarlas más detenidamente.

Rafael Calvete ©

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